DEBATE LITÚRGICO EN BOADILLA DEL MONTE POR LA PRESENCIA DE ANIMALES VIVOS EN EL ALTAR DURANTE LA MISA

26-12-2025 1:45 p.m.

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REDACCIÓN - Las imágenes difundidas en los últimos días desde una parroquia de Boadilla del Monte han suscitado un debate legítimo sobre los límites de la creatividad pastoral dentro de la liturgia. En ellas se observa la presencia de animales vivos —ovejas, gallinas, cerdos y un burro— situados en el presbiterio y rodeando el altar durante la celebración de la Misa.

No se trata, además, de un hecho aislado. Tal y como muestran publicaciones en redes sociales, la misma iniciativa ya se llevó a cabo el año pasado, repitiéndose ahora una práctica que ha vuelto a generar perplejidad y debate entre fieles y observadores. Al menos uno de esos precedentes puede verse en un vídeo difundido en Instagram.

El presbiterio y su significado propio

Conviene abordar la cuestión con serenidad y sentido histórico. La Iglesia ha conocido desde antiguo representaciones simbólicas del Nacimiento, algunas de ellas con animales e incluso dentro de los templos. Sin embargo, también ha sido siempre consciente de que el altar no es un espacio representativo, sino el lugar donde se actualiza sacramentalmente el Sacrificio de Cristo.

La Instrucción General del Misal Romano establece que el presbiterio está reservado al altar, a la proclamación de la Palabra y al ejercicio del ministerio sacerdotal. Su finalidad es estrictamente litúrgica. Precisamente por ello, la tradición ha exigido siempre una prudencia extrema a la hora de introducir elementos simbólicos en el ámbito celebrativo.

A lo largo de la historia, incluso cuando se incorporaron representaciones devocionales dentro de los templos —especialmente en la Edad Media—, se mantuvo una clara conciencia de los límites espaciales. El altar y su entorno inmediato quedaban protegidos y claramente diferenciados para evitar confusiones entre lo devocional y lo sacramental.

La presencia de animales vivos en ese espacio, con comportamientos inevitables como movimientos imprevisibles, ruidos o excreciones, plantea así un problema objetivo de prudencia litúrgica, más allá de la buena intención que haya podido motivarlo.

Prudencia pastoral y centralidad del altar

La tradición litúrgica de la Iglesia nunca ha sido hostil a los signos sensibles. Al contrario, ha sabido integrar símbolos, imágenes y expresiones populares. Pero siempre lo ha hecho desde un principio rector: nada debe eclipsar la centralidad del altar durante la Misa.

Cuando el foco visual y simbólico se desplaza hacia una escenografía llamativa —por legítima que sea en otro contexto—, existe el riesgo de oscurecer el signo sacramental central. La prudencia pastoral consiste precisamente en discernir cuándo, dónde y cómo introducir determinados elementos sin alterar el significado profundo de la celebración.

La Misa no es una escenificación

Algunas iniciativas de este tipo se justifican apelando a su valor pedagógico o experiencial, especialmente para los niños. Sin embargo, la liturgia no es una representación ni una “experiencia inmersiva” en sentido moderno. Es, ante todo, acto de culto, una acción sagrada que posee una forma propia recibida y custodiada por la Iglesia.

La historia demuestra que incluso las representaciones medievales se realizaban fuera del núcleo sacramental de la Misa, precisamente para no confundir los planos. La prudencia, lejos de empobrecer la liturgia, la protege.

Belén y Eucaristía: planos distintos

El belén es una representación legítima y profundamente arraigada en la tradición cristiana. La Eucaristía, en cambio, no representa: hace presente. Ambas realidades se enriquecen cuando cada una ocupa su lugar propio.

Durante siglos, incluso en contextos de gran riqueza simbólica, esta distinción fue clara: el belén podía estar en el templo, pero no invadía el presbiterio ni rodeaba el altar durante la Misa. Esta diferencia no es un formalismo moderno, sino una enseñanza práctica nacida de la experiencia litúrgica de la Iglesia.

Pedagogía sí, pero con límites claros

La preocupación por acercar la fe a los niños es legítima y necesaria. Sin embargo, la tradición cristiana ha mostrado que la mejor pedagogía litúrgica no consiste en multiplicar estímulos externos, sino en introducir progresivamente en el misterio, respetando los signos propios de la celebración.

Un error de prudencia, más allá de las intenciones

Nada de lo anterior exige juzgar intenciones ni cuestionar la buena voluntad pastoral. Pero sí permite afirmar que la introducción de animales vivos en el presbiterio durante la Misa constituye un error objetivo de prudencia litúrgica, al traspasar una frontera que la Iglesia ha cuidado históricamente con especial atención.

La tradición no se conserva solo repitiendo gestos del pasado, sino manteniendo el criterio que los guiaba. Y ese criterio ha sido siempre el respeto absoluto al altar.

Conclusión: la tradición enseña prudencia

La historia de la Iglesia muestra creatividad, riqueza simbólica y cercanía pastoral, pero también una constante preocupación por salvaguardar el altar como lugar santo. Cuando esa prudencia se relaja, no se gana profundidad, sino confusión.

La Navidad cristiana puede y debe expresarse con signos visibles. La Misa, en cambio, exige sobriedad, claridad y reverencia. Aprender de la tradición no es imitarlo todo, sino asumir su sabiduría.